martes, 23 de febrero de 2010

Hermanitas

Aun recuerdo caminar al lado de mi madre por ese frío pasillo como si fuese ayer. A medida que avanzaba e iba dejando atrás más cuadros de personas sufriendo y mujeres encapuchadas mi miedo aumentaba ¿Dónde me llevaban? Al pasar una estatua enorme de una de esas encapuchadas con una serpiente a sus pies y de cuyas manos salían rayos reconocí aquello como el infierno. Aunque sólo tenía ocho años sabía qué era el infierno, lo había visto en películas. Una vieja decrépita comenzó a andar hacia nosotros. Iba encapuchada también, de blanco. Debía de ser la guardiana de las puertas del averno. Se paró ante nosotros y acariciándome el pelo me dijo:

- Tú debes de ser Mr Zebra. Bienvenido a tu nuevo colegio.

Me habían cambiado a un colegio de monjas, ¿infierno? Ja. Había más bondad en el trono de Satán que en el despacho de la Madre Superiora, estoy seguro.



Para empezar nos obligaban a usar uniforme y sobre el mismo debíamos llevar puesto una especie de mantel con mangas que llamábamos babero, azul para los niños y rosa para las niñas. El mío era azul. Ese babero tenía la cualidad de que si se mojaba se endurecía, y ello dio lugar a un episodio que todavía aun se recuerda en mi barrio, del cual yo soy protagonista:

Ocurrió durante un recreo. Los niños andábamos jugando al poli-ládron y yo era ladrón. Pues bien, uno de los policías me pilló y para que no me escapara se le ocurrió anudar su babero al mío. Tal maña tenía haciendo nudos que cuando quisimos deshacerlo era imposible así que pedimos ayuda. Nuestros compañeros lo intentaron de todas las maneras habidas y por haber, con sus deditos, con sus boquitas... y eso lo empeoró todo. Habían chupado tanto el nudo que ahora estaba duro como una piedra. El recreo acabó y como siameses fuimos a buscar a alguna monja. Y entonces hizo la cosa más asquerosa del mundo. Cogió aquel nudo endurecido por las babas de medio colegio y... agh... se lo metió en la boca y... AGH... comenzó a chuparlo y morderlo ella también. En la quietud de su despacho podía oir hasta el chupchup que hacían sus labios. Consiguió deshacer el nudo, eso sí.

Desde ese momento cada vez que una monja me chupa una prenda de vestir me dan muchas ganas de vomitar.

Por otra parte, no era extraño que mi compañero me atara tan fuerte pues los niños de ese colegio corríamos más rápido que los de cualquier otro de la ciudad. Estábamos entrenados. Cada día debíamos huir de una veintena de internos que nos perseguían como zombies hambrientos alargando sus manos hacia nuestros bocadillos. Daba igual que el bocadillo fuera de atún con mayonesa, que era el summun de lo delicioso, o de mantequilla, que estaba en el otro extremo. Había tanta expectación tras ellos que siempre me parecían manjares. Incluso uno de membrillo de colores (rojo, verde y blanco) que un día me hizo mi madre. Los problemas gastroenteríticos derivados de comer, correr y llorar al mismo tiempo eran incontables entre los alumnos.

Y no podía terminar el relato de hoy sin hablar de las monjitas. Todas eran un poco hijasdeputa. Todas menos una: Sor Dolores, que a mí no me proporcionaba más que placeres (!).

Tenían por costumbre ponernos la misma película todas las Navidades: Jesús de Nazaret con la particularidad de que en la parte en la que el Espíritu Santo se le anuncia a María y la preña, alguna monjita inquieta había grabado de la televisión una actuación de Julio Iglesias. Así que la escena quedaba así: Una noche María ve una luz muy brillante que se acerca a ella, aparece Julio Iglesias cantando Gwendoline y después María le cuenta a José que Dios le ha dicho que está embarazada. Nunca nos quedó muy claro de dónde obtiene Maria a su hijo.

Y para terminar, hablando de santiguarse, alguna monstrua encapuchada de esas nos dijo que cada vez que escucháramos la sirena de una ambulancia debíamos hacer el signo de la cruz. Nunca dejó de sorprenderme cómo, siempre que en medio de una lección oíamos el sonido divino, la monja en cuestión interrumpía lo que fuera que estuviera diciendo y humedecía sus ojos de satisfacción al ver a veintinueve alumnos santiguarse en el nombre del Padre, del Hijo y de Julio Iglesias.

3 cazadores con rifles cargados:

Pedro Toscano dijo...

Por diossss y por los clavos de cristo, qué cantidad de ascos juntos me has provocado al pensar en esa monja (re)chuperreteando las mangas de los baberos... Qué horror, qué horror. Y qué almodovariano al mismo tiempo...

Pilar Cita dijo...

jajajajajajajaa hay tanto, pero tanto que comentar aquí, pero sin duda esto me dejó "pallá": "Desde ese momento cada vez que una monja me chupa una prenda de vestir me dan muchas ganas de vomitar" ... pero qué invento es esto????

Yo también fui a monjas y llevaba esa "bata-babero" horrible, por suerte no me chuperreteó ninguna monja ... creo que no lo hubiera podido superar!

The cucumber dijo...

Pues yo, sinceramente, opino que el trozo en el que sale Julio Iglesia no es pura casualidad. Son los minutos músicales puestos por la censura en los que en la realidad un agricultor joven, buenorro, de gran polla y pien bronceada por las jornadas de sol a sol se tira a María y luego, tumbados en la cama, piensan que le van a decir a José. Esto deja bien claro que el cristianismo es una mentira y que dentro del mismo se sabe, pero su aparato censurador es muy poderoso y no se les escapa ni una cinta de un colegio de provincias de España.

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