domingo, 10 de enero de 2010

La guerra de los siete años

En los libros de historia se habla de la Guerra Mundial, de la Guerra Santa, de la Guerra Civil, … pero en el lugar de donde soy también conocemos la Guerra de los Siete años, os la cuento:

Yo me crié en una urbanización muy pija, o lo que es lo mismo, los niños hacíamos el cafre en jardines super cuidados y piscinas mega chachis. Mi bloque era el más pequeño pero contaba con más soldados que el bloque rival, cuya piscina medía el doble y tenía trampolín. Y por eso los odíabamos a muerte.

Cruentos episodios se sucedieron a lo largo de esos siete años (1990-1996), como el feroz bombardeo de naranjas y piñas piñoneras, la cruel procesión de pinturas ofensivas con tiza en todo el bloque rival o el sangriento sabotaje de la noche de San Juan de 1993.

La fuerza con la que peleaban mis camaradas era impresionante, y la furia con la que arremetían contra nosotros nuestros contrarios admirable.

Yo, sin embargo, pocas veces pegué un puñetazo, no sabía escupir lapos mocosos y en vez de bicicleta, como el resto de combatientes, usaba patines. Por el contrario, me movía con rapidez, era sigiloso y mis patines me permitían huir, esconderme y atacar por la espalda, cosa que no podían hacer los demás con sus pesadas bicis. Todo esto y el hecho de que, aunque yo guardaba profunda lealtad a mi bando, en el colegio compartía pupitre con dos militantes del contrario e incluso a veces iba a sus casas porque nuestros padres eran amigos (traidores!) hicieron que se me asignara el rango de espía, lo cual me encantaba.

Me pasaba las tardes planeando sucias tretas y oscuros ardides para atrapar a los otros. Soñaba con llevarlos ante mi superior, el único de todos nosotros con pelusilla bigotera, que me haría su favorito y me ofrecería la mano de su hermana, una niñita también con pelusilla bigotera de la que yo estaba prendado.

Pero a finales de 1996, cuando contaba 12 años, mi jefe y mi princesa se mudaron y nos dejaron solos y con la cara llena de granos. La adolescencia, un mal que siempre habíamos subestimado, se infiltró entre nosotros sin que nos diéramos cuenta, nos robó la infancia y nos dejó hecho mierda a todos por igual.

Nos percatamos de que ya no éramos rivales sino víctimas y cabizbajos abandonamos el campo de batalla y aceptamos la derrota.

4 cazadores con rifles cargados:

Fisher Sapphire dijo...

Mmm, igual tuvo algo que ver la pelusilla bigotera de aquella niña con tu orientación actual?

Besos :)

The cucumber dijo...

joder, vaya historia mas dura y triste. A mi me lo parece. La vida, por supuesto, es terrible

Pilar Cita dijo...

Las bicis son más pandilleras, pero los patines te permiten una movilidad, digna de cualquier espía!! XDD

Pueblerino Cool dijo...

Lo peor es darnos cuenta de que somos demasiado mayores para seguir haciendo determinadas cosas. Es entonces cuando todo se vuelve mucho más aburrido...

¡Un besote!

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