jueves, 28 de enero de 2010

Anno Domini

Dejando a parte aquel episodio en el que mi hermano creaba de la nada un mojón pardo bajo mis órdenes, nunca más he vuelto a sentirme como una divinidad.

Hasta ahora.

En el McDonalds, mi lugar de trabajo, me adoran. Desde el principio noté algo inquietante: mis faltas y errores eran perdonados por mis superiores con excesiva benevolencia. Una vez, por ejemplo, fui a coger una caja de tomates, resbaló entre mis manitas de algodón y se desparramó por el suelo. Y mi jefe no sólo me dijo "no pasa nada, ha sido un accidente", si no que también me sonrió. Estaba claro, él no me veía como un ser inferior si no como un igual. Decidí averiguar qué pensaba de mí la clase baja.

En efecto, entre los demás trabajadores yo era considerado como una deidad pero hasta ese momento no me di cuenta, así de humilde soy. Me parece increíble no haber caído antes pues las pruebas eran evidentes:

Cuando yo llego al trabajo puedo notar la excitación de mis compañeros. Empieza su día. Los más avezados hacen esfuerzos sobrehumanos por recordar las lecciones de español que dieron en el colegio y me saludan chapurreando un "Hola, ¿cómo estás?". Mientras que los que no saben ni una palabra en mi idioma me dicen Bonjour con el semblante triste. No me dan pena, si estuviéramos en otra época ya los habría subido a la guillotina.

A veces, cuando por el hilo musical del restaurante ponen Juanes o Shakira, sus cabezas se giran hacia mí ansiosas hasta que alguno ladra "¡están cantando en español!" y forman un corro a mi alrededor agitando sus cuerpos alegremente a ritmo de La Camisa Negra o Ciega Sordomuda en una especie de danza tribal en honor a mí. Yo entonces, asumiendo el papel de Sumo Creador que me otorgan, para mis adentros deseo fuertemente que llueva y así devolverles el favor. Incluso a veces, si me encuentro realmente entretenido con sus bailes canto un poco por encima y todos me aplauden y gritan de emoción.

No me faltan tampoco privilegios alimenticios. Cuando termino el turno y busco mi comida siempre hay alguien que me ofrece los productos de más calidad y tras devanarse los sesos me despide con un "¡Buen provecho!"

Que quiero una hamburguesa:



Que quiero una Coca-cola:



Y así con todo.

Yo claro, aprovecho todo esto para seguir engrandeciendo mi persona inventándome historias sobre mí, ya que aquí no me conoce nadie. El otro día, por ejemplo, me sentía generoso y accedí a compartir mi pausa para comer con un trabajador. Curioso, me preguntó que dónde estaban mis padres. Yo le dije "Han muerto esta Navidad". Si en ese momento le hubiera pedido que me lavara los pies estoy seguro de que lo habría hecho sin pensarlo, angelito. Sin ir más lejos, el mismo muchacho poco después me dijo "Je t'aime", y yo decidí elegirlo como mi favorito pues una de mis fantasías siempre fue que un francés me dijera ese binomio, aunque él después lo siguió de un "amigos, amigos" pero ya no me moriré con esa espinita. Puede que al final sí que le pida que me lave los pies, se lo ha ganado.

Pero todo reinado tiene penumbras y el mío no iba a ser menos. Hay ciertos sectores rebeldes a los que no consigo subyugar:

- Los negros. Angoleños, jamaicanos, keniatas, da igual, los negros están hartos de ser esclavos y no muestran ni un ápice de interés en mí. Excepto cuando suena Shakira que siempre se unen a la danza formando mucho escándalo.

- Los árabes. Quizás por miedo a que nos ametrallen o metan dinamita en un bocadillo todos pasamos de ellos. Y quizás por las mismas razones, ellos también de nosotros.

- Los chinos. Son los peores. Cuando doy órdenes levantan sus cabecitas, me miran y siguen con lo que estuvieran haciendo. Y encima son tan feos... es que no hay ni un chino guapo en el mundo, chinas vale, pero chinos ni uno. Ni el de Lost. Y no es que no estén acostumbrados a que les ordenen, los chinos han obedecido como los que más. Pero nunca se dejarían mandar por alguien que no tuviera tamaño grado de fealdad, por alguien que no fuera chino.

Y hasta aquí mi obra y milagros.

2 cazadores con rifles cargados:

Pedro Toscano dijo...

Te entiendo perfectamente... Es que es ver un español fuera de casa, una canción en castellano... y 2 + 2 son 4.

Así acabamos una amiga y yo subidos a la barra de un bar en Bruselas bailando "ese beso de tu boca, que me sabe a fruta freeesca"...

Mar dijo...

sólo diré una cosa:
jajajajajajajajajajjajajajajajajajajajaja
ole ahí tu polla malagueña!
;)

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